miércoles, 22 de octubre de 2008
MAPA DE VICTIMAS DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA
sábado, 18 de octubre de 2008
BANDO DE INCAUTACIÓN DE BIENES a cartayeros
(Fuente: B.O.P. y Historia de la Guerra Civil en Huelva/ Francisco Espinosa Maestre
jueves, 16 de octubre de 2008
Cartayeros víctimas causadas por las fuerzas nacionales durante el Alzamiento Militar (1936-1937)
Andreu Márquez,Luis ( 2-4-1937)
Correa González, Manuel (11-8-1936)
Fernández Martín, José (14-8-1936)
González Vázquez, Manuel (16-8-1936)
Jiménez Rivero, Juan (19-8-1936)
Morón Feria, José (18-8-1936)
Parrales Ramos, Antonio (16-8-1936)
Pastor Jaldón, Bartolomé (21-8-1936)
Villoslada Mora, Francisco (28-8-1936)
Zunino Toscano, Alfonso
Historia de una represaliada: PACA LA ZANDUNGA
La frente alta, la mirada limpia
Tan limpia como su alma. Los que recuerdan a Paca la Zandunga la mantienen en su memoria como aquella mujer gruesa y de pelo blanco, de mirada amable y corazón solidario, pero a la vez enérgica y audaz, que no pudo mantenerse indiferente a los convulsos hechos políticos y sociales, y consecuencias que de ellos se derivaron, que jalonaron la vida de la época en la que le tocó vivir.
Nació allá por 1879, y vivió siempre en su calle San Sebastián. Toda la vida conservó el apodo heredado de su padre Domingo Franco, alias “El Zandungo”. Paca tuvo otros dos hermanos, Jerónimo y Dolores.
Francisca Franco Vázquez se casó con Manuel Chávez Romero, con quien tuvo dos hijos: Cayetano y Domingo.
Mujer valiente que aprendió con muy poca ayuda y casi por sí misma a leer y a escribir, y fue además una ávida lectora.
Su vida no sólo se limitaba a sus labores domésticas o a las del campo, ayudando a su marido o a cuidar de sus hijos y nietos que con ella vivían. Paca, además, sentía una especial inclinación por ayudar a los más pobres y necesitados, mostrarse solidaria y afable con el desvalido, socorrer y auxiliar a los hambrientos que se acercaban a la puerta de su casa. Fue tan conocida en este aspecto que incluso forasteros que llegaban a Cartaya en busca de mejor vida, se acercaban en primer lugar a casa de Paca para obtener su ayuda.
Se compró una olla grande especialmente para hacer comida para los demás; recogió y alojó en el doblado de su casa a diferentes personas porque no tenían donde vivir; cedió parte de su corral, dando para la calle Gavia, a personas que vinieron de otras tierras y que levantaron allí sus chabolas; incluso le quitó ropa y comida de la boca a sus hijos y nietos si alguien vino a pedir limosna a su puerta, ¡ellos tenían comida en casa para seguir comiendo después! Muchos la denominaban como la Madre de los Pobres.
Especialmente llamativo, y por poner un ejemplo, es el caso de Manuela Zamorano “La Curruca”, que quedó desamparada sola con sus hijos cuando fusilaron a su marido, Fernando Martín “Rebaná”, en una triste chabola al final de la calle. Cuando uno de sus hijos murió de pena y para colmo la choza salió ardiendo, Paca los acogió en su casa, y con sus propios medios, saliendo a pedir dinero, y la ayuda de Manuel Perez Franco, “Manolo Fin”, le construyeron una humilde vivienda.
Paca se sentía especialmente inclinada por los ideales socialistas y tremendamente demócrata. Para ella socialismo y democracia consistían en que nadie careciera de un plato de comida que llevarse a la boca, de un vestido para abrigar el cuerpo, o un techo para cobijarse.
Pero en el devenir tranquilo de su vida, en su quehacer diario en pro de los suyos y de los demás, hubo un episodio que la marcará para siempre y que la convertirá en paradigma de la mujer maltratada y humillada por la sublevación militar del 36.
Al comenzar la década de los treinta Paca estaba en la plena madurez de su vida. Había pasado los cincuenta y asistía con inquietud a los acontecimientos políticos y sociales que tenían lugar en aquella España convulsa con sentimientos contradictorios. Ella era muy consciente de lo que estaba sucediendo en este país que se rompía en dos.
En Enero de 1930 desaparecía la dictadura de Primo de Rivera y se instauraba la llamada Dictablanda del general Berenguer; era la transición hacia la República, que se enmarca en una época de tremendas agitaciones políticas y sociales. La República se proclama el 14 de abril de 1931 tras la mayoría alcanzada por republicanos y socialistas en las elecciones del 12 de abril en medio de una clamorosa fiesta popular en todo el país y con el consiguiente exilio del rey Alfonso XIII. Entre otras cosas, el gobierno del primer ministro Azaña aprueba una ley de Reforma Agraria, que chocaría frontalmente con los latifundistas del sur y se limitaba la enseñanza a las órdenes religiosas, medidas entre otras que agudizaron la oposición al gobierno de sectores conservadores y añadió más leña al encendido encono existente entre los diferentes grupos sociales. La continua conflictividad iba erosionando la base del gobierno, atacado desde el flanco derecho por considerarlo un peligroso revolucionario y desde el flanco izquierdo por estimarlo un timorato incapaz de llegar a soluciones verdaderamente radicales. El primer ministro dimitió en septiembre de 1933 y se convocaron nuevas elecciones generales, que marcaron un giro a la derecha representada por la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). Diversas medidas involucionistas, como el freno a la Reforma Agraria y de la nacionalización de los bienes de la iglesia, o la incorporación de varios cedistas al gabinete ministerial, chocaron frontalmente con un cuerpo social ya muy afectado por el paro y otras consecuencias de la grave recesión económica mundial, y desembocaron en la Revolución de Octubre de 1934. La dura represión del gobierno contra este levantamiento, el elevado número de muertos, las continuas crisis ministeriales, dieron paso a las elecciones generales del 16 de febrero de 1936.
La izquierda española se coaligó en el llamado Frente Popular[1], que ganó las elecciones. Azaña retomó el poder. Pero su gobierno no consiguió un decidido apoyo por parte del socialismo de Largo Caballero, ni por los comunistas ni anarquistas; y por otro lado, frente al mismo se alzaban la derecha no republicana y el creciente partido de Falange Española.
La violencia se enquistó en la vida diaria, azuzada por algunos órganos de prensa partidistas. La atmósfera incendiaria se hizo aún más patente con el abandono de las Cortes por parte de los diputados derechistas.
En los primeros días de julio de 1936 era asesinado en Madrid el teniente Castillo[2], conocido simpatizante de izquierdas, y en represalia, caía a su vez el político derechista Calvo Sotelo. El escenario para una tragedia fratricida estaba, así, dispuesto.
Por lo que respecta a Cartaya, en 1930[3] se funda la Agrupación Socialista Local. Por esta fecha se implanta también la Unión General de Trabajadores. La coalición republicano-socialista gobernará el Ayuntamiento local en 1931, con el alcalde José Morón Feria, y posteriormente a partir de febrero de 1936, con el Frente Popular y el alcalde Alfonso Zunino Toscano.
Se toman algunas medidas sociales para paliar la grave situación de crisis y desorganización del trabajo existente en la villa. Así, por ejemplo, la formación de juntas y jurados mixtos entre patronos y obreros, la apertura de un Registro de Obreros agrícolas parados, o la creación de la Oficina o Bolsa de Trabajo, así como la vigilancia de los salarios y de las condiciones de trabajo. El propio Ayuntamiento va a contar con la ayuda y colaboración del Sindicato Agrícola en estas empresas, aunque también existieron tensiones entre ambas entidades por la radicalización de ciertas posturas de los sindicalistas. El 12 de mayo de 1936 se constituye también en Cartaya el Partido Comunista.
En el marco de una vida precaria, de miseria, pobreza y desempleo, en los inicios de la década de los treinta, Cartaya tiene una población integrada en su mayoría por labradores y ganaderos, propietarios de pequeñas explotaciones familiares, y muchos jornaleros, cuyas condiciones de vida en muchos casos eran de una extrema pobreza, y siempre sometidos a la voluntad del propietario. También era importante la presencia de una numerosa población inmigrante, procedente sobre todo de poblaciones de Huelva y Portugal, y todos por lo general comulgaban con las ideas y revolucionarios marxistas. Frente a ellos, se alzaba una minoría de tradición monárquica y conservadora, fuertemente católica, así como un núcleo de falangistas cuya actividad fue decisiva antes y después de la rebelión militar.
Como hemos apuntado, desde febrero de 1936 gobernaba el Ayuntamiento el izquierdista Frente Popular con el alcalde Alfonso Zunino Toscano a la cabeza, quien gozaba sin duda de las simpatías de nuestra protagonista, por ser de las mismas ideas políticas y sociales.
Ese verano del 36 iba a ser testigo en Cartaya de una serie de sucesos en los que se vería involucrada Paca la Zandunga, y que nosotros relatamos según la información facilitada por nuestras fuentes orales.[4]
Las noticias de lo que sucedía en España a primeros de julio llegaban tarde y mal, y los rumores que circulaban por el pueblo sobre una inminente sublevación no hacían más que alarmar a los vecinos, y encender los ánimos de algunos.
Entre recelos y temores, el pueblo esperaba a mediados de julio la visita a Cartaya del diputado socialista Ramón González Peña[5], cuya agenda incluía pronunciar un mitin desde el Ayuntamiento.
González Peña había ocupado un escaño en las Cortes como diputado socialista por Huelva, provincia de la que fue también gobernador en 1931. En octubre de 1934 participa como dirigente de la revolución que tiene lugar en Asturias. Es detenido y condenado a muerte, pero se le conmuta la pena por cadena perpetua. Tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936 es liberado y elegido nuevamente diputado.
Ante la llegada de este personaje, que más tarde sería dirigente del sindicato UGT y ministro de justicia, la expectación en el pueblo era impresionante, aunque acogida con natural recelo y temor por una gran masa de vecinos.
Entre el público congregado en la Plaza Redonda se encontraba por supuesto, Paca la Zandunga. Pasaba la hora anunciada y el diputado no llegaba. Sin pensarlo dos veces, Paca entró en el Ayuntamiento y acompañada del alcalde Zunino Toscano salió al balcón pronunciando a viva voz las palabras “A falta de González Peña, aquí está Paca la Zandunga”.
Ignoramos las palabras que profirió. Pero quienes de alguna manera han escuchado de sus mayores el relato de los hechos, insisten que lo que pretendió fue levantar los abatidos ánimos de los cartayeros ante una situación que se antojaba tremendamente confusa.
El 18 de julio tuvo lugar en toda España el alzamiento militar. El 21 fue asaltada la iglesia de Cartaya y quemadas sus imágenes. El 29 de julio se destituye el Ayuntamiento republicano y se implanta en la localidad el nuevo estado totalitario. La primera medida que tomó fue la desarticulación de las organizaciones obreras, prohibiendo y confiscando sus bienes. A continuación comenzó un duro periodo de represión, cebándose especialmente en los dirigentes sindicales o políticos, así como en todos aquellos que de alguna manera se habían destacado en las luchas obreras. El factor sorpresa y la virulencia de los hechos dejaron a los izquierdistas sin capacidad de reacción. Durante estos primeros días, grupos incontrolados, armados y con uniformes de Falange, patrullaron por los pueblos, sacando a las personas de sus casas o deteniéndolas con el pretexto de “realizar declaraciones”. Los miembros de los partidos, de los sindicatos, los que habían votado al Frente Popular o simplemente simpatizaban con él, fueron interrogados, a veces paseados y detenidos, en algunos casos fusilados, y a menudo este terrorismo se cebó también en los familiares. España ya estaba literalmente dividida en lo que el pueblo comenzó a denominar como el bando rojo o izquierdista y el bando nacional o derechista.
En este contexto entra de nuevo la figura de Paca la Zandunga. Los nuevos dueños de la situación política fueron a buscarla a su casa. Ella estaba sola con su hijo Cayetano, porque su marido y su hijo Domingo estaban en su campo de los Tejares. Ambos fueron detenidos y trasladados a la sede de Falange. Allí se encontraron con otra detenida, la Norisca. Les hicieron beber aceite de ricino, un purgante que se utilizaba generalmente como método degradante.
Paca fue insultada entre interrogatorios; después a ella y a su hijo la pelaron al cero, un pelado éste que fue durante muchos años signo de represión ( Al cero infamante aparecen rapados los prisioneros judíos en los campos de exterminio nazis). Después, casi a rastras porque tenía una pierna partida, se la llevaron a la iglesia obligándola a limpiar los restos de sangre seca que aún quedaban del hombre asesinado por los escopeteros. A continuación la pasearon en un coche por el pueblo para someterla a la vergüenza, a la burla y el escarnio público, en un intento también de escarmentar y asustar a las demás mujeres. Paca era blanco de los insultos, “la roja”, “la comunista”, “la pasionaria”.
¡Cuanta humillación para una mujer!, señalada por el dedo de muchos, observada con estupor y desconcierto por otros, acechada desde postigos y zaguanes por quienes, quizá con más miedo que ella, se condolían y afligían del “paseo” degradante que estaba dando. A pesar de su absoluta entereza, Paca no podía ocultar la tristeza que la embargaba, los ojos entornados, los labios prietos; pero lo que más le dolía era la incertidumbre y el desasosiego de no saber qué podía ocurrirle a su familia, a su marido, a sus hijos o a sus nietos…
Después la volvieron a llevar a la sede de Falange y de ahí a la cárcel.
Lamentablemente tanto en uno como otro “bando” en pugna se llegaron a cometer atrocidades similares a las aquí narradas.[7]
Habiendo transcurrido más de veinticuatro horas y viendo que Paca no volvía a su casa, su nuera Juana acudió a la sede de la Falange para preguntar por ella, y también fue allí retenida. Al filo de la medianoche Paca subía al camión de las ejecuciones para ser fusilada. Pero quiso la suerte que en ese momento pasara por allí el propio cuñado de la Zandunga, Pedro Cháves, más conocido por su apodo “Chico Pinante”, a quien le unía gran afecto. Pedro vio a Juana a la puerta de Falange en medio de un revuelo de gente y al conocer de boca de ésta lo sucedido entró inmediatamente en la sede del partido. Por mediación suya en parte, y en parte por la benevolencia de los falangistas allí presentes, el fusilamiento de Paca fue anulado, y esta pena fue conmutada por tener que presentarse diariamente en la sede falangista.
Paca tuvo la suerte de contar con su familia muy cerca, pero también tuvo el inconveniente de tener a sus enemigos más próximos pendientes de sus acciones.
Fueron días, semanas en que se generalizaron las detenciones, asesinatos, expolios, robos y destrozos sobre los bienes de las víctimas del nuevo régimen que se imponía por la fuerza. Muchas familias quedaron en la indigencia; muchas viudas, muchos huérfanos que no pudieron tan siquiera asistir a la escuela, estigmatizados y discriminados por ser mujer o hijos de rojos.
En la mayoría de los casos no sólo destrozaron sus vidas, sino que les robaron su futuro. Hubo un control impresionante de la vida social y política, y era conveniente la depuración y limpieza de “rojos”, para lo cual el nuevo régimen contó también con colaboración ciudadana. Cualquier persona podía acudir a delatar a sus vecinos y señalar a aquellos que debían ser detenidos por tener antecedentes marxistas. El odio y la venganza fueron ayudas inestimables para conseguir los propósitos de los dirigentes del país. Pero bajo estas manifestaciones delatoras se encubrieron problemas, venganzas y rencillas de carácter personal entre vecinos que nada tenían que ver con los acontecimientos políticos que se barajaban. Normalmente los vecinos sabían quienes eran los denunciantes, como también eran conocidos los delatores. Esta situación implicaba que la convivencia fuera muy difícil, porque el desencuentro entre unos y otros era inevitable, provocando grandes tensiones: la vida se hacía más difícil y la duda generaba sospechas hacia todos.
La implicación de la iglesia católica en el nuevo Estado fue tan intensa como inmediata. Una de las tareas encomendadas a los curas fue el de ejercer el seguimiento de aquellos que de alguna manera habían tenido algo que ver con el marxismo, asegurándose de limpiar su conciencia y de que asistieran a los oficios religiosos.
En este contexto tiene lugar el encuentro del cura párroco de Cartaya, Don José Ruiz Mantero, con Paca la Zandunga. El propio párroco fue a su casa, alertado y alentado por aquellos que consideraban a esta mujer un peligro moral y social por ser “roja”. Pero D. José Mantero, a diferencia de lo que se esperaba, simpatizó con ella. Paca no creía en la iglesia como institución, pero sí en Cristo y en su doctrina. No creía ciertamente en aquel aparato eclesiástico de entonces que lanzaba improperios desde los púlpitos contra la inmoralidad y subversión del marxismo, pero que hacía la vista gorda a los crímenes que diariamente se cometían contra los “vencidos”, hacinados en cárceles; o a los desprecios y menosprecios hacia las viudas de los hombres del “otro bando”, que cayeron en el frente o simplemente fueron eliminados en cualquier cuneta. Don José Ruiz Mantero fue un hombre solidario, culto y capaz, que ayudó como pocas veces a los pobres y que con sólo su propio esfuerzo y tesón consiguió levantar las casas para pobres que hoy es la Cruz de los Milagros, por poner un ejemplo. Él sí entendió a Paca la Zandunga, con quien largamente conversó en más de una ocasión y a quien ella le dedicó incluso unos versos que incluimos al final de este artículo.
Tanto las humillaciones sufridas por Paca, como la represión que se cernía entonces sobre el pueblo, como en todos los pueblos de España, no anularon su carácter, ni mermaron su espíritu solidario. A pesar de la espina que durante toda su vida seguiría clavada en su corazón, Paca no se dejó llevar por rencores ni por odios ni por deseos de venganza. En su casa y en su familia cayó un mutismo como telón de fondo de una pesadilla que, sin embargo, no se podría olvidar jamás.
En su quehacer diario, ella siguió moliendo trigo en un mortero para hacerlo después con tomate y repartirlo entre los pobres y vecinos que le pidieran. Paca, la que llamaban la “Madre de los pobres”, siguió con su sonrisa, con su dinamismo y entereza, pero en lo más profundo de su corazón latía una pena muy honda porque los pobres, sus pobres, seguían siendo más pobres todavía, y su “democracia”, la de verdad, la que se yergue sobre la igualdad social y la solidaridad, esa se perdió entre rencores, odios y venganzas en una estúpida guerra que no ganó nadie y perdimos todos.
Por suerte para muchos, Paca tuvo una larga vida porque murió en 1958, a los 79 años.
Al margen de alguna aislada sonrisa sardónica al pronunciar su nombre, todas las personas a las cuales me he dirigido para recabar información y escribir este sencillo artículo a modo de homenaje a Paca la Zandunga, han temblado de emoción al evocarla. Se ha dado incluso la circunstancia de que mis interlocutores han llorado mientras relataban los tristes hechos por los que tuvo que pasar nuestra convecina. Ha pasado mucho tiempo, sí, pero el recuerdo de Paca ha perdurado fresco entre los velos del tiempo enraizado entre susurros y evocaciones sutiles, como paradigma de la mujer degradada, humillada y zaherida por sus ideales, fueren los que fueren.
R. Méndez
A Don José Ruiz Mantero
Hay en Cartaya un pastor
Que al aprisco va llamando
De ovejas descarriadas
Con su amor fraterno y santo.
Y mi yo se congratula
De sus frutos sazonado,
Con la caridad bendita
Que ofrece al necesitado.
Y postrada de rodillas
Le pido al sacramentado
Que lo libre de todo mal,
Para que siga imitando
Al mártir de Nazareth
Que agonizó en el Calvario.
Francisca Franco (Paca la Zandunga)
[1] El Frente Popular de España, coalición política de republicanos de izquierda, socialistas y comunistas formada en 1935 ganó las elecciones celebradas el 16 de febrero de 1936 y se mantuvo en el gobierno hasta el final de la Guerra Civil Española en 1939, con Manuel Azaña como presidente de la II República. La presidencia del Gobierno, por su parte, la ocupaba Casares Quiroga. Estaban entre otras organizaciones, el PSOE, el sindicato UGT, el partido comunista PCE, los marxistas del POUM, además de los partidos republicanos de Izquierda Republicana (ER), de Manuel Azaña, y la Unión Republicana (UR) de Diego Martínez Barrio. El pacto además estaba apoyado por los nacionalistas catalanes como ERC e incluso por el sindicato anarco-sindicalista de la CNT. No obstante, muchos anarquistas que luego combatirían por el bando republicano, en las elecciones pidieron la abstención.
[2] José del Castillo Sáez de Tejada (1901-1936). Como alférez toma parte en la Guerra del Rif, por cuya participación es ascendido al grado de teniente, siendo a continuación destinado a la península en el Rgmto. de Infantería de Alcalá de Henares. Tras el triunfo del Frente Popular en 1936 se pasa a la Guardia de Asalto. Declarado simpatizante del socialismo es encarcelado por su actuación en la Revolución de 1934 al negarse a reprimir a los obreros sublevados. Se afilia a la Unión Militar Republicana Antifacista. En este tiempo se están produciendo continuos y violentos enfrentamientos entre militantes de izquierda y de derecha, especialmente falangistas y carlistas, así como una ola de atentados contra los militares pertenecientes a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA). En este contexto de violencia política, el 20 de mayo de 1936 fue asesinado cuando se dirigía a su cuartel.
[3] La información referente a Cartaya está extraída básicamente de los artículos publicados en la Revista de Feria de Juan Villegas Martín y Antonio Suardíaz Figuereo, que se consignan en la Bibliografía y Fuentes.
[4] Queremos hacer constar que es posible la existencia de cierta confusión y alteración cronológica en los hechos que se narran a continuación, pues un acta de pleno de 1939 hacer referencia al “conato revolucionario y motín producido el día 24 de abril de 1936 por los elementos marxistas de la población contra las personas de orden y la Guardia Civil, que fue apaleada e insultada y lanzando disparos desde los balcones de la Casa del Pueblo, ocasionando varios heridos”.
[5] Ramón González Peña (1888 Las Regueras, Asturias. Ciudad de México, 1952). Minero en su juventud, lo dejó para dedicarse plenamente a la política. Fue secretario general de la Federación Nacional de Mineros y afiliado al sindicato socialista UGT, en el cual ocupó diversos cargos. Durante toda la II República Española ocupó un escaño en las Cortes como diputado socialista por Huelva, provincia de la que fue gobernador al proclamarse el nuevo régimen. Vuelve más tarde a Asturias, conde ocupa los cargos de alcalde de Mieres y presidente de la Diputación Provincial de Oviedo. En octubre de 1934, participa como dirigente de la revolución que tiene lugar en Asturias. Una vez reprimida la revuelta por el ejército, se esconde en Ablaña hasta diciembre de 1934, cuando es detenido. Juzgado en febrero de 1935, es condenado a muerte, pero se le conmuta la pena por cadena perpetua. Tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936 es liberado y elegido nuevamente diputado. Durante la Guerra Civil (1936-1939) dirige el sindicato UGT, y ocupa el cargo de Ministro de Justicia en el segundo gobierno de Juan Negrín. Tras el final de la contienda huye a Francia y allí actúa como vocal de la SERE (Servicio de Emigración para Republicanos Españoles), organización creada por Negrín para organizar el exilio republicano. Después marcha a México, en donde fallece en 1952.
[6] La información me la facilitó Rafaela Andreu, que vivía en la C/ Gavia (calle trasera de la C/ SAn Sebastián donde vivía Paca) a quien personalmente conoció.
[7] La obra La Guerra Civil en Huelva, de Francisco Espinosa Maestre, contiene una relación de 16 personas fusiladas por la derecha en Cartaya entre agosto y septiembre de 1936, y 8 cartayeros fusilados en otros lugares por las mismas fuerzas. En la relación de muertos por la izquierda tan sólo aparece un cartayero que fue fusilado en el crucero “Libertad”.
Por otra parte, en el legajo 1515 del Archivo Municipal de Cartaya existe un documento que contiene la relación nominal de “los camaradas de Falange Española Tradicionalista y de las JONS y de soldados del glorioso ejército nacional que dieron sus vidas por Dios y por España durante nuestra Cruzada de Liberación”. El número de muertos asciende a 40.