martes, 30 de septiembre de 2008

Luis Andreu Márquez. La muerte de un concejal




Luis Andreu Márquez

La muerte de un concejal

Luis Andreu bajaba aquella noche por la oscuridad de aquellas callejas, barridas por el viento y teñidas de luna, hacia su casa, en La Pila. Estaba deseando contarle a su mujer, Pepa Lagares, lo que había decidido en la última reunión mantenida con sus compañeros en la bodega de Alfonso Zunino: presentarse a las elecciones de 1936 por el Frente Popular.

En efecto, ese arrojo que tenía Luis y esas ansias de restablecer el orden y la justicia que creía aplastados por la derecha gobernante, y su contacto con los hombres más destacados de la izquierda local, le motivaron para presentarse a las elecciones municipales que tendrían lugar en febrero de 1936, por el Frente Popular. Tenía 30 años y quería poner su grano de arena en esa difícil tarea de solucionar los problemas del pueblo.

Para esas elecciones todos los partidos de izquierdas se unieron en el Frente Popular: los socialistas, los comunistas, los republicanos de izquierda de Azaña, la Unión Republicana de Martínez Barrio. El punto principal del programa era sobre todo la amnistía para los presos políticos.

Fue la lista más votada, y salió elegido concejal, formando parte de la corporación municipal encabezada por el alcalde Alfonso Zunino Toscano, y en la que también estaban como concejales el médico D. Manuel Abrio Arenas y D. José Morón Feria, entre otros hombres muy conocidos de Cartaya y que no buscaban más que el bien para el pueblo y sus obreros, que estaban atravesando unas épocas de graves penurias económicas. El paro entonces era crónico; trabajaban dos o tres meses en el campo, luego pasaban dos o tres meses parados, y así sucesivamente.

Por otra parte, la derecha había metido en la cárcel a miles de presos políticos en los dos años que estuvieron en el poder. Lo primero que perseguía el nuevo gobierno del Frente Popular era la amnistía, después seguir con la reforma agraria y abolir las leyes que habían reducido a cero las reformas de la República, y por supuesto, paliar el gran problema del paro obrero, para lo cual crearon la Oficina de Colocación Obrera.
Luis Andreu con su mujer, Pepa Lagares
Pero poco iba a durar la gestión de esta corporación municipal, pues el alzamiento militar del 18 de julio puso fin a la misma. A las diez de la mañana del 29 de julio tiene lugar un pleno extraordinario, presidido por el comandante militar asignado en Cartaya, en el ayuntamiento por el cual fueron destituidos de sus cargos todos los miembros de la corporación y en su lugar se nombra una comisión gestora integrada por cuatro miembros “pertenecientes a las fuerzas de derechas de la población”.

Por aquellos días los derechistas sublevados se dedicaron, por todos los pueblos, a saquear y asaltar los centros izquierdistas y los domicilios de los más significados, nombrando paralelamente una gestora municipal, y dejando un grupo de falangistas o de soldados para ayudar a la derecha local en las tareas de control y de represión.

En cuanto las fuerzas sublevadas tomaron el pueblo de Cartaya y se hicieron con el Ayuntamiento, tanto Luis Andreu como sus compañeros de corporación Alfonso Zunino, José Morón y Abrio Arenas fueron objeto de una persecución atroz, al igual que otros conocidos izquierdistas y sindicalistas del pueblo, como el dirigente sindical Juan Jiménez Rivero, huido y más tarde fusilado, o el propio secretario del juzgado, Francisco Villoslada Mora. En Agosto el alcalde saliente Alfonso Zunino, y los concejales José Morón y Manuel Abrio también fueron fusilados.

Cuando los falangistas se acercaron a primeros de agosto a la casa de Luis para prenderle, ya éste había huido, dispersándose y refugiándose por los campos, como hemos mencionado en el artículo precedente, permaneciendo de esta manera unos tres meses, junto con los Berrendos, José y Antonio Martín Borrero.

Todavía, en el mes de octubre, un edicto aparecido en el El Boletín de la Provincia declaraba la confiscación de los bienes de Luis y de otros hombres que directamente o indirectamente se habían opuesto al movimiento nacional iniciado por el ejército.

Pero eso de permanecer fuera de casa, a la intemperie, escondido como si fuera un criminal sin haber cometido delito alguno, estar lejos de sus hijos pequeños, de su mujer y de su hogar, no era vida. Había que arriesgarse y dar la cara, por lo que decidió, junto con los Berrendos, presentarse en el cuartel de la Guardia Civil y entregarse, creyendo ingenuamente la propaganda del General Queipo de Llano de que a los que ningún delito de sangre hubiesen cometido nada les pasaría.

Cuando Luis se presentó en el cuartel, junto con Antonio y José Martín, recibió un trato radicalmente distinto a los demás. Mientras que a Antonio y José les impusieron como sanción tener que presentarse diariamente ante la Guardia Civil, a Luís lo mantuvieron detenido y posteriormente recluido en la cárcel del pueblo. El día 18 de diciembre de 1936 era entregado a las autoridades provinciales y encarcelado en la prisión de Huelva. Según el expediente carcelario fue entregado por “Agentes de vigilancia” por un delito “gubernativo”.

En casa quedó su mujer, Pepa Lagares, con sus dos hijos, José, de cuatro años, y Juana, de dos. En su misma vivienda vivían sus hermanas Manuela, Marina, Carmen y Manuel. Desde el mismo instante en que Luis ingresó en prisión, Pepa se sintió tremendamente sola y abatida, a la intemperie del desamparo, con el temor constante de sufrir en sus propias carnes las represalias de los verdugos. Unos hijos desprovistos del derecho de tener un padre que los alimentara, unos hijos despojados de un padre por el mero hecho de tener otras ideas, separados de un padre que había sido legítimamente elegido por el pueblo y por las urnas, y que de improviso fue despojado de su cargo y de su vida por la fuerza de las armas.

El no tenía pistolas ni fusiles; su arma más potente era el ímpetu de su voz, que se alzaba contra las inclemencias de la injusticia social y de la opresión del capitalismo, y sus manos, sus manos para arrancar de las tierras de otros un mísero jornal para alimentar cuatro bocas.

Pepa se dedicaba con sus hermanas a la elaboración de artículos de esparto, y con ello y algunos recados que realizaba, iba sacando algunas pesetas para comprar lo mínimo para comer, porque ya el pueblo se hundía en un pozo negro de hambre y de miseria.

En el Boletín Oficial de la Provincia de octubre de 1936 apareció el Edicto de 13-9-36 de confiscación de bienes de las personas de Cartaya que en él se relacionan. Pero pasaba el tiempo y Luís continuaba en la cárcel. Ella sentía que debía estar cerca de su marido; debía saber en qué estado se encontraba, si le inflingían castigos, si comía o si, por el contrario, su cuerpo desfallecía de inanición, que sería lo más probable. Así que decidió buscar algún trabajo en la propia capital para poder trasladarse más fácilmente a la cárcel, y estar más cerca de su marido. Entró a servir en una casa para una buena señora que vivía con su hijo, que a la sazón era guardia civil.

Desde su nuevo puesto de trabajo le era fácil acercarse de vez en cuando a la prisión para visitar a Luís, compartiendo ambos, por unos instantes de eterna agonía, la adversidad que les atrapaba.

Pepa no quería pensar cual sería el destino final de su marido. Sabía que no todos los encarcelados o condenados tenían por qué ser fusilados. Por eso solo pensaba en que pasara el tiempo, que discurriera todo lo lenta y brutalmente que quisiera, pero que hubiera una semana más, un día más, una hora más.

Pensaba en lo interminable que se le haría a él el tiempo en la cárcel, desleído en el gris sucio de aquellas celdas colectivas hacinadas de hombres muertos de frío y de hambre, hastiado de esperas y de rutinas, con la esperanza de no ser llamado al amanecer para ocupar el patio de las ejecuciones.

Aquel maldito invierno de 1937 tocaba a su fin y la primavera se acercaba entre promesas de nuevos amaneceres pintarrajeados de rojo y gualda, entre vacuos himnos con sabor a metralla y brazos que se alzaban en alto sobre una España descuartizada y muerta de hambre.

En marzo Luis le comunicó a su mujer que iba a ser sometido a un consejo de guerra. Al menos iba a ser juzgado, aunque fuera por un tribunal militar que poco tenía que ver con un tribunal de justicia. A esas alturas muchos socialistas como él habían muerto asesinados en cualquier cuneta o en las paredes de los cementerios sin posibilidad de defenderse.

El sábado 20 de marzo Luis compareció ante el consejo de guerra. Tales consejos eran de carácter totalmente político. “Se juzgaba haber pertenecido a partidos de izquierdas, haberse opuesto a la sublevación y también, aunque no fuera los mismo, haberse mantenido fiel a la República el 18 de julio; se juzgaba también haber huido antes de la llegada de los militares y falangistas y haber permanecido en tal situación durante meses.” En el caso de Luis Andreu Márquez la sentencia fue firme: la muerte.

Juana Andreu, hija de Luis, nos comenta: “Mi madre sí sabía cuando mi padre iba a ser fusilado. Se fue a Sevilla a solicitar clemencia y perdón, y según ella me contaba, lo consiguió, pero este perdón nunca llegó a tiempo”.

Luis fue fusilado el 2 de abril de 1937 en la cárcel. Sólo tenía 31 años. A las cinco de la madrugada era conducido con varios más al patio de la cárcel. A las cinco de la madrugada sonaron las detonaciones que trocaron la fragancia de abril en el aroma escarlata que impregnó su pecho herido de muerte.

Expediente procesal de Luis Andreu. Fue entregado para Consejo de Guerra el 20 de marzo de 1937 y el 2 de abril fue fusilado.“Mi madre tuvo que pedir por las calles, sobre todo entre familiares y algunos buenos vecinos de la calle San Sebastián, para comprar un ataúd donde poder albergar su cuerpo y no dejar que lo enterraran de cualquier forma”.

Esa mañana Pepa se acercó a la cárcel con su féretro para poder reclamar el cuerpo de Luís recién ejecutado. Aunque ya las fuerzas le flaqueaban, insistió reclamando el cadáver:

- “Si usted no llora, le entregamos a su marido” – le dijeron los guardias.
- “Descuiden ustedes que no lloraré, pero por lo que más quieran,
denme a mi marido” - suplicó Juana sobreponiéndose a la irónica condición impuesta.

Depositaron el cuerpo inerte de su marido en el féretro, y así pudo darle una digna sepultura en el cementerio de la Soledad, en Huelva. Era el firme deseo de perpetuar su memoria, de rescatar su cuerpo y no consentir que quedara sepultado en el olvido, en una fosa sin nombre.

Era el dos de abril de 1937. Su marido, Luis, fusilado y enterrado. El silencio se impuso sobre el silencio y todas sus preguntas, todas sus miradas se diluyeron en el sollozo ahogado de quien ya no puede resistir tanta imposible locura.
Acta del pleno celebrado el 23 de febrero de 1936 por el que Luis Andreu toma posesión del cargo de Concejal.De repente, ante la puerta del camposanto, sola como siempre sola, Pepa sintió que todo se desplomaba a sus pies, su vida, sus inquietudes, sus proyectos de vida. De golpe, le arrebataron el mejor sustento de sus hijos, el calor de su alcoba, el sentido de su vida, el hombre con quien quiso compartir sus ilusiones, sus ambiciones, sus deseos…

“Cuando pasaron varios años mi madre reclamó sus restos y fue al cementerio de Huelva con una caja de cartón. En ella introdujo los restos mortales de mi padre y con aquella caja, a cuestas, con su luto y con su pena, se vino al pueblo. A las puertas del cementerio de Cartaya ya la estaba esperando Novoa para darle sepultura..”

En efecto, el Gobierno Civil autoriza el traslado del cadáver de Luis el 13 de abril de 1943.

“Cuando mi hermano José –nos cuenta Juana-, metió la mano en quinta , tuvo que pedirle a su madre que firmara los papeles como viuda que era para no tener que hacer el servicio militar . Pero, pese al tiempo transcurrido, aún no figuraba ella con ese estado, pues siempre se negó a firmar que su marido había muerto de hemorragia o de pulmonía. Sin embargo, como necesitaba hacerlo para que su hijo se librara del servicio militar por ser huérfano de padre, se doblegó y firmó.”
“Yo sólo se lo poco que mi madre quiso contarme, porque yo siempre estuve mala, desde que era chica, porque lo que mi madre con el pecho me daba no era leche, sino amargura·”.
“¡Cómo los hombres pueden inflingir tanto sufrimiento a una madre, a una esposa, a unos hijos...¡”

Juana, frágil y serena, se emociona un momento, la mirada perdida, absorta en sus recuerdos, y mientras sus ojos adquieren un barniz brillante, saca una caja de zapatos repleta de fotografías. Rebusca entre ellas y extrae lo que parece una postal en blanco y negro : es la fotografía de sus padres, Pepa y Luis.

“ Esta es mi madre y mi padre… y fíjate lo que le hicieron….fíjate lo que le hicieron…”

Sus palabras se quiebran por la pena, mientras su mirada refleja tanto candor, tanta serenidad, tanta compasión de sí misma que es imposible no conmoverse con su historia, con su destino, con su vida.



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Fuentes orales: Cristobalina Martín Núñez y Juana Andreu Lagares.
Entrevista y redacción: Rafael Méndez Andreu
Archivo Municipal de Cartaya.
Archivo Histórico Provincial de Huelva.
Tribunal Militar Territorial 2º de Sevilla.
Registro Civil de Huelva.
www.todoslosnombres(...)org.
La Guerra Civil en Huelva. Francisco Espinosa Maestre. 4ª ed. 2005.

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